domingo, 27 de octubre de 2013

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42: Servilismo cinematográfico (II)

42”
Director: Brian Helgeland
EEUU
2013
Sinopsis (Oficial):

“42” narra una de las historias más grandes del béisbol, la de Jackie Robinson. Se centra en la vida del legendario jugador afroamericano de béisbol, interpretado Chadwick Boseman, que rompió las barreras raciales tras firmar con los Dodgers de Brooklyn bajo la dirección del ejecutivo Branch Rickey (Harrison Ford). La participación de Robinson en la gran liga de béisbol supuso el fin de una era de segregación racial en este deporte.


Crítica Bastarda:

Podríamos remachar de nuevo en los venideros Oscars la situación vivida en dos producciones del 2009 tituladas “The Blind Side (Un sueño posible)” y “Precious”. Sandra Bullock y Mo’Nique se hicieron con la preciada estatuilla junto a la nominación a Mejor Película de sus respectivas cintas y en 2014 un escenario similar se pudiera plantear con El mayordomo y “42”. ¿El primer Oscar para Harrison Ford? ¿El segundo para Forest Whitaker? Demasiado pronto para lanzar cábalas y pronósticos dentro de una industria tan mecánica como los productos que engendra. El cine (norteamericano) se ha convertido en una herramienta para la publicidad… y no es nuevo. La única diferencia con los cineastas rusos que cambiaron la forma de hacer cine en los años 20 y 30 es precisamente esa: los moldes delimitan ahora tanto la calidad como la posibilidad de evadirse de los espacios mínimos reducidos con los que ofrecer variaciones en el fruto artístico. “42” da la impresión de agregarse a esa cuota anual de filmes sobre el racismo tan aplaudidos por académicos y que podrían establecer el símil con las temidas películas sobre la Guerra Civil dentro del cine patrio y los Goyas. La diferencia es simple e irrebatible: el público en EEUU sí va verlas religiosamente en los cines… mientras que en España las recibimos con piedras y con gritos racistas.


Con críticas favorables, con un público entregado al asunto tanto en opinión como en taquilla aunque con la consecuente y presumible caída de nominaciones en los Oscars salvo aquella que consiga Ford, el biopic de Jackie Robinson trata de ser tan inspirador como complementar el temido porcentaje de producciones sobre los derechos sociales de los afroamericanos. Incluso trata en cierta medida de tomar el relevo de Moneyball en la épica deportiva con olor a estatuilla. Pero si en la cinta de Bennett Miller, con libreto y adaptación de Aaron Sorkin y Steven Zaillian, el discurso se desviaba cual pelota de ese campo habitual y trillado llamado «película de deportes emotiva, emocionante y sentimental», Brian Helgeland decide sumergirse en el servilismo académico y cinematográfico con la notable variación de que los triunfos de Robinson no eran sólo dentro del campo sino sobre esas furiosas gradas repletas de odio e insultos hacia su persona por el color de su piel. Que lo más fuertes son aquellos capaces de sobrevivir al mayor de los infiernos es evidente y el discurso de “42” se ciñe a la personalidad del héroe que, sin ser el mejor jugador de Las Ligas Negras del béisbol  disponía del suficiente temperamento para sobreponerse a ese fuerte odio visceral que quería desintegrarlo y despojarle incluso de su alma; reducirlo a ser un simio y animal y que dejara de ser un ser humano ante la inhumanidad que lo increpaba. Haber sido evidentemente un oficial del ejército sometido a una corte marcial por negarse a ir en la parte trasera de un autobús le convertía en el hombre perfecto con 26 años para frenar la intolerancia de una nación que alardeaba de haber vencido a los nazis siendo ellos mismos partícipes de una ideología similar en plena práctica desde las primeras generaciones fundadoras del país.


Tal vez sea el motivo por el que Helgeland haya focalizado la narración a ese periodista deportivo de color que ejerce de ‘boswell’, acompañante, publicista e incluso chófer del héroe. El escudero será el narrador en segundo plano de la historia y nos dirigirá a esa generación del 45 del país que volvió vencedor de una guerra y que liberó a Europa de la Alemania nazi y al mundo del imperio Japonés. La democracia en el deporte con el símil de las estadísticas pudiera valer como estandarte de la libertad… que no practicaba el país de la doble moral con el racismo y la segregación que proponía la ley de Jim Crow, que marcaba todavía más las distancias entre los descendientes de los esclavos y sus antiguos amos. La complicidad entre Robinson y Rickey es clave para la evolución de la historia y las tramas de “42” son tan evidentes como su discurso cursi, edulcorado y melodramáticamente funcional. Al igual que ocurría con “The Blind Side (Un sueño posible)”, el tufo a telefilm inflado de sobremesa no hay que se lo quite, por mucha nominación o bombo de Oscar que contenga el asunto sobre el azúcar de la leyenda. Hemos pasado de la violencia, venganza y el ojo por ojo tarantinista de Django Unchained como medida de liberación a la pasividad y rectitud de El mayordomo y “42”. Repitamos la palabra «inspiradora» unas cuatrocientas millones de veces antes de respirar fuertemente y soltar tanto a Brian Helgeland y Lee Daniels que Steve McQueen les ha ganado la partida con “12 años de esclavitud”. Todavía hay esperanza… dentro de ese servilismo cinematográfico al que se ha sometido la industria norteamericana, aunque la lección tenga que llegar desde la patria de aquellos que colonizaron inicialmente su actual nación y de la que ellos mismos se independizaron dejando de ser ¿esclavos?

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