sábado, 19 de abril de 2014

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The Amazing Spider-Man 2. El poder de Electro: Spider-Man, princesa del pueblo

“The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro”
Título original: “The Amazing Spider-Man 2: Rise of Electro”
Director: Marc Webb
EEUU
2014

Sinopsis (Página Oficial):

Siempre hemos sabido que la batalla más importante para Spider-Man es la que mantiene en su interior: la continua lucha entre sus obligaciones diarias como Peter Parker y las extraordinarias responsabilidades como Spider-Man. Pero en “The Amazing Spider-Man 2”, Peter Parker se da cuenta de que su mayor batalla comienza. Es estupendo ser Spider-Man (Andrew Garfield). Para Peter Parker no hay una sensación más increíble que la de deslizarse entre los rascacielos, aceptar el hecho de que se ha convertido en un héroe y pasar tiempo con Gwen (Emma Stone). Pero ser Spider-Man tiene un precio: Spider-Man es el único capaz de proteger a sus conciudadanos neoyorquinos de los temibles villanos que acechan la ciudad. Con la aparición de Electro (Jamie Foxx), Peter tendrá que enfrentarse a un enemigo más poderoso que él. Y cuando su viejo amigo, Harry Osborn (Dane DeHaan) vuelve, Peter se da cuenta de que todos sus enemigos tienen una cosa en común: OsCorp.

Crítica Bastarda:

No es que “Spider-Man 3” de Sam Raimi sea un buen ejemplo para atiborrar de villanos una cinta de superhéroes y tampoco pudiéramos establecer el reboot del hombre araña en 2012 como una completa referencia. Recordemos el despertar de una división de opiniones debido al objeto de la propia película, más como una red lanzada a modo de movimiento del estudio —para evitar la recuperación de los derechos de Spider-Man por parte de Marvel/Disney— que de una telaraña capaz de exprimir el corazón del aficionado. Sumémosle el estreno ese mismo año de Los vengadores —comienzo de las líneas impuestas por Whedon— y El caballero oscuro: La leyenda renace —conclusión de la marca de Nolan en el subgénero dedicado a los superhéroes y, por extensión, al propio mainstream posterior (Skyfall)—. En medio de esa vorágine y atrapada en corrientes más adolescentes, The Amazing Spider-Manfue objeto de críticas sobre si el proyecto era necesario a otros niveles más allá de contentar a los fans de los cómics o justificar su 50 aniversario por encima de rentabilizar su gallina de los huevos de oro del gran estudio. Concretamente, tanto la cinta original como su continuación, “The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro”, quieren marcar un territorio propio dentro de territorio blockbuster aprovechándose tanto del tirón infantil del superhéroe, como de la marca adolescente crepusculiana —ese romance facilitado por la química, primeros y luminosos planos y cierta tenebrosidad emocional de fondo entre Andrew Garfield y Emma Stone—, así del espectador asiduo a otras franquicias por las toneladas de acción y recital de efectos digitales, que bien pudieran convertir por momentos a este arácnido (tan humano) en el eslabón perdido del cine de animación digital soñado por James Cameron. Pero, por el contrario y a las contundentes apariencias, existe una evidente lucha interna entre el proyecto babilónico y la irrupción de la diferencia y la excepción dentro del campo creativo. Esa lucha bien pudiera quedar definida en la banda sonora de Hans Zimmer y sus ‘Magnificent Six’ ayudantes, con Pharrell Williams y Johnny Marr de The Smiths dejando claro el compendio tanto generacional como de movimientos e inclinaciones enfrentadas que también se encuentran en el tema de Alicia Keys y Kendrick Lamar. Que el encuentro más romántico de Peter Parker y Gwen Stacy esté marcado por ‘Song for Zula’ de Phosphorescent pudiera evocar un control mayor del Webb de “(500) Días juntos” que del director de encargo de The Amazing Spider-Man, como si quisiera ser más autor e investigar en toda la pulpa de mainstream para hallar el jugo más completo y con ese toque de sabor minoritario también presente en toda masificación.


Esa lucha interna esta vez ha quedado más basculada que en la primera entrega y permite a Webb crear espacios, aminorar lagunas de guión, potenciar la carga romántica / trágica preconcebida por el propio espectador (¿quién no sabe nada del destino de Gwen Stacy?) y, en resumen, hallar una zona en común que satisfaga al mayor número de paladares. El mecanismo de un reloj se insta a enmarcar la parábola sobre la que queda encuadrada la propia película, valiéndose de cada aguja y resorte para marcar los tiempos de drama, investigación sobre el pasado y la muerte de los padres de Peter Parker, sus muelles de efectos visuales y la acción más suplida gracias a su vertiente y conflicto romántico a través de la promesa realizada a George Stacy. No es nada nuevo y fue algo ya explotado en la reciente e infravalorada Kick-Ass 2: Con un par, por ejemplo. A la vista, por lo tanto, nos encontramos ante una resultona y más trascendente entidad que, además, da la impresión de querer completar un díptico que sirva como carta de presentación para todo lo venidero —Venom y los Seis Siniestros— y ejemplificar los elementos e iconografía clásica de Spider-Man haciendo el conjunto más resistente a ese gas cloruro compuesto de críticas y monstruos interiores de los fanáticos del cómic. 


La película también encuentra dentro de sus propias piezas y mecanismos volver sobre sus resortes para que el discurso de esperanza con el que Gwen Stacy abre la cinta, marque el propio film y el camino como el paso de la adolescencia a la madurez del propio héroe. Entendemos, por lo tanto, que la exclusión de Shailene Woodley (Mary Jane Watson) del montaje final obedece a ese espíritu de conexión interna. Otra cuestión es que, una vez finalizada la película, podamos discutir si el metraje pudiera ser alargado o excesivo, si Dane DeHaan tendría que tener más planos que las lágrimas y traumas de Sally Field o que los personajes de Paul Giamatti y Felicity Jones daban para más. No dejan de ser matices frente a un fondo en el que se sigue heredando el subtexto post-11S al que también quedó atorado las aportaciones de Raimi. Siguen existiendo remantes en dos aviones a punto de chocar entre sí y un Nueva York necesitado de un héroe y no un justiciero, como si el pueblo utilizara un disfraz para poder reivindicarse y asaltar las calles. Nolan potenció también dicho subtexto y esta vez encuentra en Hans Zimmer un punto de encuentro entre esos polos opuestos, pese a innumerables tonalidades comunes, que son realmente Peter Parker y Bruce Wayne. ¿O qué hubiera pasado si Parker hubiese sido el heredero de Oscorp? Dejemos las preguntas para la más sencilla de las respuestas: por activa y por pasiva, “The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro” es mejor y más completa que su antecesora. Si el nuevo Spider-Man protagonizó la película de superhéroes que quería integrarse dentro de las generaciones de potteries, twilighters y tributes bajo los peligros de quedar consumida en un trending topic intrascendente y emocional con fecha de caducidad, no es que su secuela vaya a desligarse de las etiquetas, aunque cada uno que coloque aquí la película en su propia y subjetiva escala emocional. Otra cuestión es que, aparte de los terribles spoilers que ha soltado la distribuidora en todo el material audiovisual (y que cambiar el Big Ben por el Empire Street se paga con un fatídico y predecible destino), cualquier nerd neoyorkino en su sano juicio gritaría a los cuatro vientos que por allí pasaron antes los chitauri y unos señores con disfraz que se hacían llamar Los Vengadores. Molan más, pero Spider-Man es la princesa del pueblo. Las cosas y las telarañas claras.


Reseña Redux publicada en Cinema ad Hoc

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