sábado, 14 de octubre de 2017

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Fe de etarras: Fe de erratas

“Fe de etarras”
Director: Borja Cobeaga
España
2017

Sinopsis (Página Oficial):

En esta comedia de humor negro, un inexperto comando de ETA espera la orden para cometer un atentado mientras la Roja acumula triunfos en el Mundial de fútbol.

Crítica Bastarda:

Netflix la ha vuelto a liar y en esta ocasión tiene que responsabilizarse de sus propios actos o debería… ya sea un juzgado o ante sus propios suscriptores. De momento, da la impresión de que ha ‘ocultado’ en el interior de su portal su estreno más controvertido en el Día de la Hispanidad como si fuera una vergüenza que esconder. Vayamos a la polémica, que ha sido evidente con un anuncio con el que las víctimas del terrorismo se han sentido humilladas. Seguramente es lo que sus publicistas buscaban… aunque la legislación española no entiende ni de humor ni de intenciones… O es delito o no lo es. A todo lo anterior se ha sumado un debate sin solución aparente debido a las declaraciones del director y de una víctima que vio la película. Mientras que para Borja Cobeaga ridiculizar al terrorismo al nivel de un chiste es todo un triunfo para la sociedad, para aquellos que han sufrido el terror y violencia de unos monstruos banalizar sus actos es un todo un peligro que conviene denunciar. Esos dos puntos enfrentados no dejan de remarcar varios problemas que sobrevuelan al pueblo español:

¤ Con el código penal en la mano, no existe la completa libertad de expresión en España. Y no hablamos de la ‘ley mordaza’… Hay temas que son y serán tabú para la sociedad debido a que las leyes determinan claramente que no pueden tratarse ni siquiera bajo un debate o experimento de los límites del humor. En España no se puede desacreditar, menospreciar o humillar a las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares bajo pena de prisión. Tampoco se puede públicamente negar, trivializar gravemente o enaltecer los delitos de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado, o enaltezcan a sus autores, cuando se hubieran cometido contra un grupo o una parte del mismo, o contra una persona determinada por razón de su pertenencia al mismo, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, la situación familiar o la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad. Es cierto que el delito se produce cuando se promueva o favorezca un clima de violencia, hostilidad, odio o discriminación contra los mismos pero, sin embargo, tal percepción ha de ser determinada por un fiscal y, sobre todo, la palabra final de un juez. No se trata, por lo tanto de separar lo moral de lo legal, como marcaría un uso idóneo de la libertad de expresión. La cuestión es que tal vulneración se establece no por quebrar los derechos individuales de toda persona  (vida, libertad, propiedad privada) sino por el mero hecho de ofender. Y ofender en estos tiempos es tan simple como hacer un chiste o una comedia. Véase “Fe de etarras” o el anuncio de Netflix.


¤ Se pide a las víctimas del terrorismo que pasen página y que olviden (como si pudieran) indirectamente más de 300 asesinatos sin resolver o a los verdugos que no han sido juzgados. El problema es que aquellos que piden tal imposibilidad no han pasado tampoco página del franquismo y exigen que un país civilizado no puede tener a más de 100.000 asesinados y desparecidos en sus cunetas. ¿Tienen que pasar página todos o la solución real es dar sepultura real al derecho de no olvidar y juzgar con propiedad a todos los responsables? Y todos son todos, incluyendo los crímenes que cometió el bando perdedor en la guerra civil española y la represión que sufrieron millones en la postguerra por parte de un dictador. Todo es todo. Contrariamente, estos dos bandos han polarizado el debate y han vinculado su opinión a deslegitimar el olvido de su antagonista. Y, por supuesto, ambos temas no se pueden ni comparar ni extrapolar… Unos por otros, las casas franquistas y etarras sin barrer…


Sobre la película huelga decir que ha propuesto otro debate interno: ¿hasta qué punto nos podemos de fiar de las opiniones de medios que describimos finalmente que viven del ‘amiguismo’? La razón es que “Fe de etarras” ha tenido unas críticas superlativas cuando sus méritos (?) son haber articulado una comedia intrascendente que hubiera pasado desapercibida si no llega a ser por su tema tabú y, sobre todo, su controvertida campaña publicitaria. La comedia de Cobeaga se ampara en un viaje gastronómico e ideológico del personaje que interpreta Javier Cámara en plena crisis y decadencia de la banda terrorista a la que pertenece. Con los últimos coleteos de los monstruos buscando una salida política, el contexto viene determinado por éxito de la selección española en el Mundial de Sudáfrica. Mientras todos los balcones se llenan de banderas del país que detestan y los fondos del comando van mermando, la idea es que seamos testigos de esa asfixia ideológica y existencial. El guion quiere dejar claro que la intención del relato es humillar a los propios terroristas y que tampoco ninguno de ellos es un despiadado asesino aunque su voluntad sea masacrar a esos españoles sumidos en plena festividad futbolera. “Fe de etarras” se ampara en la comedia de situación inherente tanto en el escenario como en sus propios personajes. Cobega saca el manual con el que brilló en el pasado aunque rara vez el humor está a la altura de las posibilidades. El filme de Netflix, sin embargo, tiene uno de los mejores sketches que veremos en 2017 gracias a una gran bandera en tiempos en los que la longitud de los trapos puede dictaminar el resultado de una guerra política. 


Pese a los esfuerzos de Cobeaga de hallar un sentido humorístico al relato, la película queda sentenciada por una recta final torpe y carente de un tono cómico. El drama acaba imponiéndose en unos giros finales que tampoco quedaron justificados en la evolución de los personajes o sus peripecias previas. Quizás su desenlace sea coherente para destacar que todo criminal jamás podrá escapar de los remordimientos de sus actos y que en todo conflicto hay que rendir cuentas a cualquiera de los dos bandos. La sinrazón del terrorismo conforma el espectro ideológico de “Fe de etarras”, ridiculizando la violencia y mofándose de todos los clichés que han rodeado a un tema tabú. El problema es que la comedia ha de ser muchas veces la vía para romper definitivamente con temas intocables pero, sin embargo, la frivolidad puede engendrar un tono banal que humille en cierta manera a las víctimas. En el filme tal vez falta esa reflexión sobre las responsabilidades de unos lobos que ahora tratar de vivir con los corderos a los que acechaban e, inclusive, las del propio autor con la obra. La pregunta, por lo tanto, debería ser otra: ¿cómo sentaría a la audiencia un filme cómico y jocoso sobre la violencia de género o las víctimas del franquismo? ¿Hemos superado el debate de la libertad de expresión o dependiendo del tema se ofende o no a la audiencia? Sea como fuera y con un código penal que no separa lo moral de lo legal, creo que el problema de la película de Netflix es que, salvo algunos acertados momentos cómicos, no está a la altura de lo que quería plantear y simplemente ha dado fe de ser una errata.

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